Antecedentes
Avignon es una ciudad del sur de Francia. Con el fin de comprender mejor el significado de este milagro eucarístico, retrocedamos al año 1226, es decir, 217 años antes del milagro. La herejía Albigense, que tomó su nombre de la cuidad de Albi, Francia, se propagaba por todo el sur de Francia rechazando todos los sacramentos, especialmente el matrimonio y la Eucaristía. Esta herejía fue condenada por la Iglesia desde el Siglo XI, pero no fue hasta que los Albigenses empezaron a atacar seriamente a los gobiernos seculares desde sus fortalezas, que los gobernantes los denunciaron y los privaron de la protección de las leyes.
Los Albigenses eran muy poderosos en 1226, especialmente en el Sur de Francia, donde se encuentra Avignon. Para combatir sus ataques contra la Presencia de Jesús en la Eucaristía, el Rey Luis VIII, padre de San Luis IX, construyó una iglesia cerca del río Sorgue en honor del Santísimo Sacramento. También escogió el 14 de septiembre de 1226, la fiesta de la “Exaltación de la Santa Cruz”, para hacer un acto público de reparación por los sacrilegios cometidos por los Albigenses. Se hizo una procesión con el Santísimo Sacramento que terminó en la nueva iglesia de la Santa Cruz.
El Rey esperaba para recibir la procesión en la Iglesia de la Santa Cruz vestido de saco, una soga ceñida a su cintura y una vela en su mano. A su lado estaba el Cardenal Legate, toda su corte y muchos fieles. La procesión por toda la ciudad fue dirigida por el Obispo Corbie. El Santísimo permaneció expuesto toda la noche y durante varios días, hasta que el obispo decidió que el Santísimo debería quedarse perpetuamente expuesto. Esta costumbre fue continuada por sus sucesores y aprobada por el Santo Padre. La Iglesia fue custodiada por los Penitentes Grises, de la Orden Franciscana y después de 200 años de adoración perpetua ocurrió un milagro espectacular.
El milagro eucarístico
Sorgue es el nombre de un río que pasa por la ciudad de Avignon (Francia). El río se desbordaba cada ciertos años y cuando esto ocurría, el agua inundaba las casas y fincas de los alrededores. A finales de noviembre de 1433, después de unas fuertes lluvias, vino una gran inundación. El agua penetró más que en años anteriores. Fue una de las peores inundaciones conocidas. En las noches del 29 y el 30 de noviembre, el nivel del agua subió a gran altura. Los Penitentes Grises de la Orden Franciscana estaban seguros de que la pequeña iglesia de la Santa Cruz se había inundado y decidieron ir allí para salvar la Eucaristía y traerla a tierra seca. Dos de los superiores de los Penitentes Grises se subieron en un bote y remaron hasta la iglesia.
Cuando llegaron, descubrieron que el agua había subido hasta la mitad de la puerta de la entrada de la iglesia. Sin embargo, cuando abrieron la puerta, para su sorpresa, encontraron que el pasillo, desde la puerta hasta el altar, estaba completamente seco. El agua se había acumulado formando paredes de agua a derecha e izquierda del pasillo, como a cuatro pies de altura. Nuestro Señor Jesús, en la Hostia Consagrada en la custodia, permanecía regiamente sobre el altar, completamente seco.
El milagro recuerda lo que cuenta la Biblia sobre el Mar Rojo que se parte ante el ingreso de los Israelitas y la división del río Jordán ante la entrada en él del arca de la alianza. Realmente, también les pareció de esa forma a los Penitentes Grises. Buscaron a otros miembros de los Penitentes Grises para que fueran y verificaran el milagro. Los cuatro Frailes oraron juntos y llevaron la custodia que contenía el Santísimo Sacramento a una Iglesia Franciscana en tierra seca. Cuando colocaron la custodia en el altar, leyeron del libro del Éxodo sobre la División del Mar Rojo (Éxodo 14:21): “Moisés tendió su mando sobre el mar e hizo soplar Dios sobre el mar toda la noche un fortísimo viento solano, que le secó, y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, a pie enjuto, formando para ello las aguas una muralla a derecha e izquierda.” Los Franciscanos escribieron el testimonio de los cuatro Frailes en los registros de su comunidad, donde se conservan hasta hoy día.
En este tiempo se creó una tradición que todavía está en práctica. El 30 de noviembre de cada año, en la capilla de la iglesia de Avignon, los Penitentes Grises se ponen una soga alrededor del cuello, y arrastrándose piadosamente en sus manos y rodillas, vuelven a recrear el incidente, trayendo a la memoria los pasos que siguieron sus antepasados, por el mismo camino que siguieron la noche del milagro.