Reflexión diaria
Lo mismo que nos mandó el Salvador.
Cuando ofrecemos nuestro sacrificio realizamos aquello mismo que nos mandó el Salvador; así nos lo atestigua el Apóstol, al decir: Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Éste es mi cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en memoria mía.” Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza que se sella con Mi sangre. Cada vez que la bebáis hacedlo en memoria mía.” Porque cuantas veces coméis de este pan y bebéis de este cáliz, vais anunciando la muerte del Señor hasta que él venga.
San Fulgencio de Ruspe
Reflexión diaria
Llegamos a convertirnos en aquello mismo que celebramos.
Deben beber, sin embargo, el cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la carne ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio.
San Fulgencio de Ruspe
Reflexión diaria
La participación del Cuerpo y Sangre de Cristo.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado y la participación del Cuerpo y Sangre de Cristo, cuando comemos el pan y bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insinuándonos con ello, que también nosotros debemos morir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de Cristo en Dios, crucificando nuestra carne con sus concupiscencias y pecados.
San Fulgencio de Ruspe
Reflexión diaria
Ofrecerse humildemente como hostia viva a Dios.
Los bautizados no sólo son participantes del sacrificio mismo, sino que son el mismo santo sacrificio al mandarles que se ofrezcan humildemente como hostia viva a Dios, diciendo: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios que presentéis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios Rom 12,1.
San Fulgencio de Ruspe
Carta 12 C.11 N24