Reflexión diaria
¡En qué manos enemigas le debe ver el Padre!
Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentís? ¿Por qué queréis ver cada día a vuestro Hijo en tan ruines manos? ¿Ya que una vez quisisteis y consentisteis lo estuviese, ya veis como le pagaron, como puede vuestra piedad verle hacer injurias cada día? Y ¡cuántas deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué manos enemigas le debe ver el Padre!
Santa Teresa de Jesús
Doctora de la Iglesia
Reflexión diaria
Nos dejasteis a vos mismo, sin reservaros nada.
Dice San Bernardino de Siena que las pruebas de amor que se dan en la muerte quedan más grabadas en la memoria y son las más apreciadas. De ahí que los amigos, al morir, acostumbren dejar a las personas queridas en vida un don cualquiera, un vestido, un anillo, en prenda de su afecto. Pero vos, Jesús, mío, al partir de este mundo, ¿qué nos dejasteis en prenda de vuestro amor? No ya un vestido ni un anillo, sino que nos dejasteis vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma, vuestra divinidad y a vos mismo, sin reservaros nada. “Se te ha dado por entero -dice San Juan Crisóstomo-, no reservándose nada para sí”.
San Alfonso María de Ligorio
Práctica del amor a Jesucristo
Reflexión diaria
¡Oh Caridad inestimable!
¡Oh Caridad inestimable! Te quedaste con nosotros como alimento, mientras somos peregrinos en esta tierra, para que no desfallezcamos por el cansancio, sino que fortalecidos por ti, alimento celestial, sigamos el camino.
Santa Catalina de Siena
Reflexión diaria
Empecé a considerar todas las cosas, también cualquier consolación y deleite, aun los espirituales, semejantes a un estiércol repugnante.
El confesor de Santa Catalina de Siena, que le había visto tan encendida de cara mientras le daba el Sacramento, le preguntó qué le había ocurrido, y ella le respondió: “Padre, cuando recibí de vuestras manos aquel inefable Sacramento, perdí la luz de los ojos y no vi nada más; más aún, lo que vi hizo tal presa en mí que empecé a considerar todas las cosas, no solamente las riquezas y los placeres del cuerpo, sino también cualquier consolación y deleite, aun los espirituales, semejantes a un estiércol repugnante. Por lo cual pedía y rogaba, a fin de que aquellos placeres también espirituales me fuesen quitados mientras pudiese conservar el amor de mi Dios. Le rogaba también que me quitase toda voluntad y me diera sólo la suya. Efectivamente, lo hizo así, porque me dio como respuesta: Aquí tienes, dulcísima hija mía, te doy mi voluntad”… Y así fue, porque, como lo vimos los que estábamos cerca de ella, a partir de aquel momento, en cualquier circunstancia, se contentó con todo y nunca se turbó.
Beato Raimundo de Capua
Santa Catalina de Siena, (Legenda Mayor)