Reflexión diaria
Fueron las Misas más bellas de mi vida.
Cuando me encarcelaron en 1975 –recordó el prelado vietnamita–, me vino una pregunta angustiosa: “¿Podré celebrar la Eucaristía?”
No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada día la Santa Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida. . .
Siervo de Dios Cardenal F. X. Nguyen van Thuan
Testigos de la esperanza
Reflexión diaria
Había comido y bebido dignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor.
¿Cómo permaneció en él (permaneced en mí Jn 15,5) San Lorenzo?… Pues no le mataron rápidamente, sino que fue atormentado con el fuego; no se le concedió más tiempo de vida, sino que se le obligó a morir lentamente. Y en aquella prolongada muerte, en aquellos tormentos, no sintió los dolores, porque había comido y bebido dignamente (el Cuerpo y la Sangre del Señor).
San Agustín, Doctor de la Iglesia
Sobre San Juan, Tratado 27 n.12
Reflexión diaria
Para poder derramar ellos mismos la sangre por Cristo.
Amenaza ahora una lucha más dura y más feroz, a la cual se deban preparar los soldados de Cristo con una fe incorrupta y una virtud robusta, considerando que por eso beben todos los días el cáliz de la Sangre de Cristo para poder derramar ellos mismos la sangre por Cristo.
San Cipriano
Carta 58 n.1
Reflexión diaria
La defensa de la saciedad del Señor.
Para esto se hace la Eucaristía, para que pueda ser protección para los que la reciben, a los que queremos que estén seguros contra el enemigo, armémosles con la defensa de la saciedad del Señor.
San Cipriano
Carta 57 n.2
Reflexión diaria
La Eucaristía y el martirio.
…En primer lugar, no puede ser apto para el martirio a quien la Iglesia no le arma para la lucha, y cede el espíritu al que no levanta e inflama la Eucaristía recibida.
San Cipriano
Carta 57 n.4