SANTA MISA Y PROCESIÓN EN LA SOLEMNIDAD DEL “CORPUS CHRISTI”
Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 19 de junio de 2003
1. “Ecclesia de Eucharistia vivit”: La Iglesia vive de la Eucaristía. Con estas palabras comienza la carta encíclica sobre la Eucaristía, que firmé el pasado Jueves santo, durante la misa in Cena Domini. Esta solemnidad del Corpus Christi recuerda aquella sugestiva celebración, haciéndonos revivir, al mismo tiempo, el intenso clima de la última Cena.
“Tomad, esto es mi cuerpo. (…) Esta es mi sangre” (Mt 14, 22-24). Escuchamos nuevamente las palabras de Jesús mientras ofrece a los discípulos el pan convertido en su Cuerpo, y el vino convertido en su Sangre. Así inaugura el nuevo rito pascual: la Eucaristía es el sacramento de la alianza nueva y eterna.
Con esos gestos y esas palabras, Cristo lleva a plenitud la larga pedagogía de los ritos antiguos, que acaba de evocar la primera lectura (cf. Ex 24, 3-8).
2. La Iglesia vuelve constantemente al Cenáculo, lugar de su nacimiento. Vuelve allí porque el don eucarístico establece unamisteriosa “contemporaneidad” entre la Pascua del Señor y el devenir del mundo y de las generaciones (cf. Ecclesia de Eucharistia, 5).
También esta tarde, con profunda gratitud a Dios, nos recogemos en silencio ante el misterio de la fe, mysterium fidei. Lo contemplamos con el íntimo sentimiento que en la encíclica llamé el “asombro eucarístico” (ib., 6). Asombro grande y agradecido ante el sacramento en el que Cristo quiso “concentrar” para siempre todo su misterio de amor (cf. ib., 5).
Contemplamos el rostro eucarístico de Cristo, como hicieron los Apóstoles y, después, los santos de todos los siglos. Lo contemplamos, sobre todo, imitando a María, “mujer “eucarística” con toda su vida” (ib., 53), que fue el “primer “tabernáculo” de la historia” (ib., 55).
3. Este es el significado de la hermosa tradición del Corpus Christi, que se renueva esta tarde. Con ella también la Iglesia que está en Roma manifiesta su vínculo constitutivo con la Eucaristía, profesa con alegría que “vive de la Eucaristía”.
De la Eucaristía viven su Obispo, Sucesor de Pedro, y sus hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; de la Eucaristía viven los religiosos y las religiosas, los laicos consagrados y todos los bautizados.
De la Eucaristía viven, en particular, las familias cristianas, a las que se dedicó hace algunos días la Asamblea eclesial diocesana. Amadísimas familias de Roma: que la viva presencia eucarística de Cristo alimente en vosotras la gracia del matrimonio y os permita progresar por el camino de la santidad conyugal y familiar. Sacad de este manantial el secreto de vuestra unidad y de vuestro amor, imitando el ejemplo de los beatos esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi, que iniciaban sus jornadas acercándose al banquete eucarístico.
4. Después de la santa misa nos dirigiremos orando y cantando hacia la basílica de Santa María la Mayor. Con esta procesión queremos expresar simbólicamente que somos peregrinos, “viatores”, hacia la patria celestial.
No estamos solos en nuestra peregrinación: con nosotros camina Cristo, pan de vida, “panis angelorum, factus cibus viatorum”,“pan de los ángeles, pan de los peregrinos” (Secuencia).
Jesús, alimento espiritual que fortalece la esperanza de los creyentes, nos sostiene en este itinerario hacia el cielo y refuerza nuestra comunión con la Iglesia celestial.
La santísima Eucaristía, resquicio del Paraíso que se abre aquí en la tierra, penetra las nubes de nuestra historia. Como rayo de gloria de la Jerusalén celestial, proyecta luz sobre nuestro camino (cf. Ecclesia de Eucharistia, 19).
5. “Ave, verum corpus natum de Maria Virgine”: ¡Salve, verdadero cuerpo de Cristo, nacido de María Virgen!
El alma se llena de asombro adorando este misterio tan sublime.
“Vere passum, immolatum in cruce pro homine”. De tu muerte en la cruz, oh Señor, brota para nosotros la vida que no muere.
“Esto nobis praegustatum mortis in examine”. Haz, Señor, que cada uno de nosotros, alimentado de ti, afronte con confiada esperanza todas las pruebas de la vida, hasta el día en que seas viático para el último viaje, hacia la casa del Padre.
“O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Mariae!”, “¡Oh dulce Jesús! ¡Oh piadoso Jesús! ¡Oh Jesús, Hijo de María!”. Amén.